miércoles, diciembre 20, 2017

Cuarenta años de Torreón














Casi se va el año, este 2017, y con él una efemérides íntima: hace cuarenta años que vivo en Torreón. En efecto, cuatro décadas exactas, que se cumplieron en las pasadas vacaciones de verano, han transcurrido desde que con mi numerosa familia pasé de la calle Madero, en Gómez Palacio, a la casa “de interés social”, como les decían, que mi padre compró por el rumbo del seminario diocesano. Ese trance me agarró en segundo de secundaria y hace poco conté a unos amigos que me obligó a emprender traslados desde mi casa hasta Ciudad Lerdo, pues estaba en la Flores Magón que, como sabemos, se ubica poco antes del museo Francisco Sarabia.
“¿Y por qué no cambiaste de secundaria?”, me preguntó alguien. “No sé”, respondí. Jamás en cuarenta años había pensado en eso. Ya estaba en la benemérita Flores Magón de Lerdo y allí seguí pese al larguísimo trayecto que desde las seis de la mañana me aventaba sin compañía y sólo para entrar a las siete. Tenía trece años, era 1977, y ahora que lo pienso se trató de una etapa abrumadoramente enriquecedora. Si algo sé de la vida lagunera, creo, lo aprendí en esos años; si por algo tengo la geografía de Torreón-Gómez-Lerdo (como ruta de camión) metida en la cabeza, se lo debo a aquella etapa de mi vida en la que con unos cuantos pesos en el bolsillo, los que me daba mi madre, era capaz de recorrer media comarca solo o con amigos.
Porque así era. Gracias al cambio de casa pude completar en mi mente la zona conurbada de La Laguna. Antes de la mudanza, Gómez y Lerdo ya eran bien conocidas para mí. Había caminado esas ciudades con curiosidad de niño y luego con inquietud de adolescente, había visto sus parques, sus mercados, sus cines, había jugado en todos sus campos de futbol. Pero faltaba Torreón, y esa asignatura de mi vagancia comencé a aprobarla tras el cambio de casa. Gracias a ese simple hecho, comencé a vislumbrar la fuerza de la ciudad más poderosa de la región, me moví en su centro, comencé a dominarlo y saber por dónde caminar y por dónde no.
En cuarenta años, pues, no he dejado de ir ni a Gómez ni a Lerdo, pero mi vida ha transcurrido fundamentalmente en Torreón. Ya vivía acá cuando a los 17 o 18, más o menos, imaginé que podía escribir sólo porque me gustaba leer, y acá también, sobre la avenida Morelos, comencé a comprar libros como loco y a cosechar amigos. Mucho, muchísmo le debo a Torreón, y lo agradezco sin reparos. Esto no quiere decir que haya dejado de querer a mis otras ciudades, a La Laguna en pleno.