miércoles, diciembre 27, 2017

Debajo del Pirata




















Hace algunos meses leí el apodo por primera vez: el Pirata de Culiacán. Lo usaba con orgullo un joven de 16 o 17 años, moreno, chaparro y rechoncho. Como muchos, quedé atónito ante la información adicional. Ese muchacho sin atributos visibles era una celebridad gracias a las redes sociales, una especie de socialité en el inmenso reino de la chabacanería mexicana. Había estado en Torreón como atractivo principal en un concierto, o algo así, que terminó con violencia y un muerto. Recuerdo que el pasmo me llevó a ver algunos videos del Pirata, y lo que encontré era inverosímil: el pobre chico aparecía grabado en situaciones grotescas, todas relacionadas con el lamentable mundillo de los excesos que rodean el contexto de lo narco.
Así pues, en dos minutos supe que el Pirata se embriagaba de golpe con botellas de whisky que bebía a pico sólo para complacer a su cada vez más extensa red de seguidores. En todos los casos ensayaba algo que de manera muy laxa podemos denominar discurso, lenguaje articulado. Declaraba sandeces, palabrotas, fanfarronadas, todo en un nivel bufo, apto para ser disfrutado por quienes hallan humor en la bestialidad.
Dos o tres veces más supe del famoso joven, siempre por algún rebote en el vecindario de las redes sociales. Eso hasta estos días vacacionales, cuando, como todos en el país, supe que el Pirata había sido acribillado a balazos en Jalisco. Leí notas que fueran más allá del video viralizado y me enteré de algo más: era lavacoches, no tenía padres, y el azar lo puso en el camino de la celebridad. Poco a poco, ese absoluto don Nadie pasó a convertirse en un “millennial” de la cultura narca, en el hazmerreír que toda barbarie necesita para afirmar/evidenciar sus símbolos.
Tras eso pensé en lo obvio: el Pirata fue una especie de punta en la pirámide de una cultura harto extendida, la cultura del público que celebra y encumbra la banalidad. En el caso del Pirata, esa banalidad estaba, o está, estrechamente vinculada con el peligroso ámbito de la narcoviolencia. Confirmé que el fenómeno del Pirata, a todas luces anómalo, sólo se puede explicar en el contexto de una sociedad en estado de putrefacción, una sociedad que simula jugar el juego inocuo de la risa a partir de bufonerías, pero que en el fondo, sobre todo en sus segmentos más jóvenes, ha asumido la fama estúpida como valor. Al Pirata, pues, lo mataron sus fieles seguidores.