Varios
meses antes de su fallecimiento entrevisté al doctor Sergio Antonio Corona
Páez. Planeamos ese diálogo por eso, porque él presentía que la muerte estaba
cerca y ambos decidimos, así fuera por mi iniciativa, conversar sobre los temas
que quedaban cerca de sus intereses emocionales e intelectuales. El resultado
que obtuve fue una entrevista de aproximadamente cincuenta cuartillas en las
que inquirí sobre muchos asuntos; con todo y eso, ahora advierto que innumerables
preguntas se me quedaron en el tintero.
Una
de las que sí le formulé fue ésta: “¿Qué relación has tenido con los animales?”
La hice adrede, claro, pues en nuestras largas conversaciones siempre vi en
Sergio un amor y un respeto por los animales que jamás he vislumbrado en otros
interlocutores. Esa era la principal razón por la que respetaba, por ejemplo, a
San Francisco de Asís, y mediante los animales reafirmaba su flanco místico.
La
larga respuesta de mi entrevistado fue la siguiente:
“Los
animales siempre han ocupado un sitio especial en mis sentimientos. Porque para
mí siempre han sido mis hermanos pequeños. El maltrato y la crueldad de que
pueden ser objeto han constituido una de las angustias más grandes que me ha
tocado padecer a lo largo de mi vida. Nuestra cultura es muy ciega en su manera
de ver a los animales, como si fueran cosas. No perciben ni el alma, ni la
individualidad, ni la personalidad que cada animal posee. Yo desde niño conviví
con mascotas: gatos, perros, pericos, loros, tortugas. Aprendí a observarlas y supe
que son como humanos en lo que al sentir se refiere, aunque mucho más ‘humanos’,
mucho más nobles y agradecidos. Sienten alegría, tristeza, dolor, bienestar,
calor, frío. Sienten incluso otras cosas más complejas que simples estímulos
físicos: experimentan el afecto tanto como el desamor. Sienten decepción,
desilusión, depresión… terror. Son creaturas nobles y delicadas. Dios puso al
ser humano como mayordomo de la creación, pero se convirtió en su verdugo. Existen
humanos que son peores que bestias en su maltrato, no solamente hacia los
animales, sino también hacia otros humanos. Si México es un país donde la
tortura a hombres y mujeres se encuentra generalizada, ¿qué podría esperarse en
favor de la integridad física de los animales?
Desgraciadamente
aún no corren los tiempos en que ‘la creación entera será redimida tras gemir
con dolores de parto’ (no solamente el ser humano, al decir de Pablo). Mientras
eso sucede, hay que matar para vivir. Yo no me opongo al sacrificio de animales
para alimento del ser humano, en esta etapa de los tiempos. A lo que me opongo
es al lujo de crueldad, a veces verdaderamente satánica, con la que esto se
hace. Dijo Jesús del gran mérito que poseen los que dan su vida por otros. ¿Es que
la humanidad no se da cuenta que los animales mueren para que nosotros vivamos?
¿No deberíamos tratarlos con respeto, y evitarles toda agonía, toda crueldad
innecesaria? Y con los animales que no poseen valor económico, el panorama
suele ser mucho peor. Hay humanos que se ensañan con las mascotas, simplemente
porque son seres que no se pueden defender, o bien, porque no existe sanción
legal para su maltrato (y eso suponiendo un estado de derecho que no existe en
México). Siempre he dicho que una sociedad que admite la tortura de animales
será un país que padezca la tortura física de sus ciudadanos. Porque en la
niñez es donde se forma el valor del respeto a la integridad de los demás,
incluidos animales, plantas y cosas.
De
acuerdo a Génesis, en el Jardín del Edén nadie mataba para comer. La muerte
entró con la desobediencia del ser humano. Y según Isaías, en el mundo futuro
el lobo y el cordero vivirán juntos, el leopardo y el cabrito se echarán
juntos, el becerro, el león y los animales domésticos andarán juntos; el león,
como el buey, comerá paja”.
Desde
que lo escuché, asentó en mí esa poderosa enseñanza. No llego a tanto, al
misticismo, como Sergio, pero sé que por varias razones debemos respetar a los
animales. En primer término porque son, como nosotros, parte de la naturaleza,
y dado que esto es así todos tienen, o tenemos, una función determinada que a
veces nos resulta muy evidente y a veces no tanto. En segundo lugar, porque los
seres humanos, al ser dotados de capacidades potencialmente infinitas y más
altas que las de todos las demás especies del planeta, debemos obrar en
consecuencia y proceder con respeto, como vigilantes y salvaguardas de la fauna
y de la vida en general. Atenidos a las necesidades de supervivencia de nuestra
especie requerimos de alimento, de pieles, de sustancias y más recursos basados
en el animal, y es por ello que debemos insistir en no agredirlos
gratuitamente, en cuidarlos, en tratar de que no se rompa el tejido del
equilibrio ambiental ni la biodiversidad.
El
desarrollo de la inteligencia humana es capaz, hoy, de encontrar soluciones
para el mantenimiento de la vida. Debemos dar pasos en el sentido del respeto y
el asombro: todo animal es, observado detenidamente, una maravilla de la
ingeniería natural, un portento de la evolución. No tenemos pues derecho a
maltratarlo, a destruirlo, a extinguirlo. Los hombres, que nos servimos tanto
de los animales para tantas cosas, somos los responsables de su permanencia en
la Tierra: somos sus hermanos mayores.